El concepto de engaño es connatural a los deportes de equipo, y no me refiero al trabajo de los representantes de jugadores, que en muchos casos consiste en vender la burra ciega a los equipos, hecho que sucedía a todas horas en el baloncesto de los 80 con los americanos o el fútbol sala de los 90 con los brasileños. Ni a los casos de dopaje, cáncer para el citius, altius, fortius.
Me refiero con engaño a hacer creer al defensor, o a veces al atacante, que vas a hacer justo lo contrario de lo que harás en realidad. Amagar en corto para recibir en largo, mirar a un lado para pasar al otro u ofrecer el balón al defensor para esconderlo y sacarlo por el lado contrario.
En eso hay maestros. Pondré dos ejemplos de fútbol sala (paradigmáticos sin duda) y uno de baloncesto, en donde todo esto se convierte en debilidad personal.
En primer lugar, veremos la jugada con la que me enamoré de Falcão (aunque parezca mentira hubo un tiempo en que lo estuve). Definición maravillosa ante la que ningún portero puede reaccionar. Aprecien el engaño y disfruten.
En segundo lugar, Ricardinho, del que solo se puede decir que un vídeo explica más que todo lo que yo pueda expresar con mi torpe discurso. Me permito una breve recomendación. Muy atentos al regate con parada y reanudación de la primera acción del vídeo, digno de dibujos animados y ni siquiera realizable en los videojuegos. Ricardinho es el prestidigitador que hace los trucos arremangado y que sonríe al defensa boquiabierto que se ve superado en un instante.
Bueno, pues los engaños en el arte se llaman trampantojos. Como su propio nombre indica su labor es tender una trampa a la vista. Y no es algo precisamente reciente. Es algo que es apreciado desde la antigua Grecia.
Según lo que nos cuenta Plinio El Viejo en su Historia Natural, hubo un duelo para saber qué pintor era el mejor si Zeuxis o Parrasio. Para ello cada uno tenía que llevar un cuadro y un juez sería el encargado de decidir cual de los dos habría conseguido plasmar mejor la realidad.
Llevaron cada uno su cuadro cubierto con una tela. Zeuxis presentó su trabajo, el pintor descubrió su obra y era un racimo de uvas, tan brillante y fresco que un pájaro se acercó para picotear la pintura. El juez quedó maravillado, pensando que sería imposible superar la veracidad del arte de Zeuxis.
Acto seguido el juez pidió a Parrasio que descubriera el suyo. Parrasio se quedó quieto. Todos pensaron que era por miedo al ridículo de enfrentar su obra a la de Zeuxis. Volvieron a pedirle que corriera la tela, y Parrasio siguió sin hacer caso. Zeuxis, impaciente por ser declarado vencedor se abalanzó sobre el cuadro para descubrir la tela, pero al intentarlo lo que descubrió es que no había tela. Parrasio había pintado en el cuadro una tela que había engañado a todos. Zeuxis no dejó decidir nada al juez, él mismo admitió su derrota. "Yo conseguí engañar a un pájaro, Parrasio me engañó a mí. Él es el merecedor del premio".
Esa tradición del engaño al ojo se siguió cultivando en pintura, su máximo esplendor en la antigüedad se consiguió en el llamado segundo estilo pompeyano. Este estilo mural se basa en la representación en las paredes de efectos arquitectónicos y en perspectiva con la ilusión de la ampliación del espacio. En la ilustración un ejemplo de este estilo de pintura en la Villa de Los Misterios de Pompeya.
La aparición en el Renacimiento de este tipo de pintura en lo que se llamó grutescos, porque se encontraron en las excavaciones de la Domus Aurea de Nerón que era para ellos unas grutas, hizo que imitaran en los frescos este estilo.
A Baldasarre Peruzzi le debemos los magníficos trampantojos de la Farnesina en Roma. Según se ve, la ilusión es total, parecería que podemos salir a un balcón a divisar el Tíber.
Pero no parece que a los soldados de Carlos V les hiciera mucha impresión, ya que lo único que vieron fue una pared perfecta para firmarla a cuchillo. Fueron los primeros "graffiti", palabra italiana que significa "marcas o inscripciones hechas rascando o rayando un muro".
Y sin salir de allí mismo y también de Andrea Pozzo la decoración de la cúpula de esa misma iglesia.
Un saludo.
Me refiero con engaño a hacer creer al defensor, o a veces al atacante, que vas a hacer justo lo contrario de lo que harás en realidad. Amagar en corto para recibir en largo, mirar a un lado para pasar al otro u ofrecer el balón al defensor para esconderlo y sacarlo por el lado contrario.
En eso hay maestros. Pondré dos ejemplos de fútbol sala (paradigmáticos sin duda) y uno de baloncesto, en donde todo esto se convierte en debilidad personal.
En primer lugar, veremos la jugada con la que me enamoré de Falcão (aunque parezca mentira hubo un tiempo en que lo estuve). Definición maravillosa ante la que ningún portero puede reaccionar. Aprecien el engaño y disfruten.
En segundo lugar, Ricardinho, del que solo se puede decir que un vídeo explica más que todo lo que yo pueda expresar con mi torpe discurso. Me permito una breve recomendación. Muy atentos al regate con parada y reanudación de la primera acción del vídeo, digno de dibujos animados y ni siquiera realizable en los videojuegos. Ricardinho es el prestidigitador que hace los trucos arremangado y que sonríe al defensa boquiabierto que se ve superado en un instante.
Y hablando de magos, les presento al jugador mágico por antonomasia. Con ustedes Mr. Earvin Magic Johnson. El verdadero especialista del "no look pass". Y para que le conozcan mejor, un vídeo con 32 de sus mejores asistencias. Es verdadera debilidad lo que tengo por este jugador. En mi opinión el mejor que he visto (lamentablemente solo por TV). La número 7 es la asistencia más increíble que se pueda imaginar, le va ofreciendo el balón a todos los jugadores, comentaristas y espectadores del pabellón hasta que decide dársela a Byron Scott para que machaque. Puro Showtime. Intenten adivinar dónde acabará el balón en cada jugada, seguro que fallan todas.
Bueno, pues los engaños en el arte se llaman trampantojos. Como su propio nombre indica su labor es tender una trampa a la vista. Y no es algo precisamente reciente. Es algo que es apreciado desde la antigua Grecia.
Según lo que nos cuenta Plinio El Viejo en su Historia Natural, hubo un duelo para saber qué pintor era el mejor si Zeuxis o Parrasio. Para ello cada uno tenía que llevar un cuadro y un juez sería el encargado de decidir cual de los dos habría conseguido plasmar mejor la realidad.
Llevaron cada uno su cuadro cubierto con una tela. Zeuxis presentó su trabajo, el pintor descubrió su obra y era un racimo de uvas, tan brillante y fresco que un pájaro se acercó para picotear la pintura. El juez quedó maravillado, pensando que sería imposible superar la veracidad del arte de Zeuxis.
Acto seguido el juez pidió a Parrasio que descubriera el suyo. Parrasio se quedó quieto. Todos pensaron que era por miedo al ridículo de enfrentar su obra a la de Zeuxis. Volvieron a pedirle que corriera la tela, y Parrasio siguió sin hacer caso. Zeuxis, impaciente por ser declarado vencedor se abalanzó sobre el cuadro para descubrir la tela, pero al intentarlo lo que descubrió es que no había tela. Parrasio había pintado en el cuadro una tela que había engañado a todos. Zeuxis no dejó decidir nada al juez, él mismo admitió su derrota. "Yo conseguí engañar a un pájaro, Parrasio me engañó a mí. Él es el merecedor del premio".
Esa tradición del engaño al ojo se siguió cultivando en pintura, su máximo esplendor en la antigüedad se consiguió en el llamado segundo estilo pompeyano. Este estilo mural se basa en la representación en las paredes de efectos arquitectónicos y en perspectiva con la ilusión de la ampliación del espacio. En la ilustración un ejemplo de este estilo de pintura en la Villa de Los Misterios de Pompeya.
La aparición en el Renacimiento de este tipo de pintura en lo que se llamó grutescos, porque se encontraron en las excavaciones de la Domus Aurea de Nerón que era para ellos unas grutas, hizo que imitaran en los frescos este estilo.
A Baldasarre Peruzzi le debemos los magníficos trampantojos de la Farnesina en Roma. Según se ve, la ilusión es total, parecería que podemos salir a un balcón a divisar el Tíber.
Pero no parece que a los soldados de Carlos V les hiciera mucha impresión, ya que lo único que vieron fue una pared perfecta para firmarla a cuchillo. Fueron los primeros "graffiti", palabra italiana que significa "marcas o inscripciones hechas rascando o rayando un muro".
En la misma ciudad, ¿cómo no? (Oh Roma, donde todo el universo se encuentra en una misma ciudad) podemos encontrar posiblemente el ejemplo más famoso de trampantojo. En la Iglesia de San Ignazio podemos ver La Gloria de San Ignacio, del Padre Pozzo. Sobran las palabras, la bóveda de la iglesia se convierte en la perspectiva del Paraíso. Realmente impresionante.
¿Qué tiene de especial esa cúpula? Que no existe.
Un saludo.
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